Batas y botas: la cercana lejanía de las dos biologías
José Luis Tellería
Departamento de Zoología y Antropología Física

Introducción

Cuando llegué a la Facultad, allí por el año 1972, pronto quedé incorporado al clan de la bota, denominación coloquial de aquellos alumnos que cursábamos la licenciatura con vocación de naturalista. Yo era de la especialidad de Zoología (se elegía ya en segundo) que, junto con Botánica, articulaba la docencia de una curiosa cuadrilla de amigos del campo, de las plantas y de los animales, del mundo rural, de la naturaleza salvaje... Para nosotros era una época dominada en lo mediático por Rodríguez de la Fuente, en la que hablábamos más de lobos que de pérdida de biodiversidad (un término acuñado por E. O. Wilson en 1988) o de crisis ambiental (aunque acababa de salir el informe Meadows del Club de Roma). Sin embargo, muchos teníamos ya como libro de cabecera la versión española del entrañable "Antes que la naturaleza muera", publicado en 1968 por Jean Dorst; pertenecíamos a asociaciones científicas y conservacionistas (SEO, ADENA, RSEHN…); y simpatizábamos con un ecologismo tan desorganizado como entusiasta. Éramos autodidactas en los temas que nos interesaban, como muchos alumnos actuales, gracias a los manuales y guías que el mundo editorial español destilaba a un ritmo todavía soportable para nuestro bolsillo.

En ciertas clases masificadas, como las de Citología e Histología o las de Genética, nos juntábamos ocasionalmente con los alumnos de Fundamental (los de la bata), la tercera especialidad de aquel plan de estudios. Aunque todos habíamos leído el "Azar y la necesidad", libro de culto en aquellos años, ellos nos apabullaban con su erudito conocimiento de los aspectos moleculares de la herencia; aunque todos hacíamos laboratorio, ellos nos hablaban de técnicas tan avanzadas como incomprensibles; y, aunque todos habíamos estudiado Química, ellos dominaban la Bioquímica, disciplina que ni siquiera figuraba en nuestra especialidad. Además, por qué no decirlo, demostraban un interés tan tibio por nuestro trabajo de campo, nuestra pasión por las especies o nuestra mística ecologista que a nadie debe extrañar la temprana separación de nuestros derroteros profesionales.

Todo esto no dejaría de ser una anécdota personal si no fuera porque creo que una parte de aquella segregación conceptual ha llegado hasta nuestros días. Muchos de los alumnos de entonces somos hoy los profesores de una facultad en la que seguimos manteniendo muchos resabios procedentes de aquella visión dicotómica de la biología que, además, ha podido acrecentarse con nuestra subsiguiente (y necesaria) especialización. No sé si exagero y si esta percepción no es más que una prueba de mis limitaciones. Pero, en cualquier caso, veo en este asunto un tema de reflexión al celebrar la 50 promoción de biólogos. Especialmente si consideramos que en un futuro más o menos inmediato hemos de elaborar un nuevo plan de estudios.

Las dos biologías

Recomiendo leer el vigésimo quinto libro de Ernst Mayr (1904-2005). Se titula "Por qué es única la biología" y fue publicado en el 2004, cuando el célebre evolucionista había cumplido ya los 100 años. No es que añada cosas nuevas a su larga trayectoria como filósofo de la biología, pero tiene el encanto de ser la última aportación de un jubilado de lujo (tomen nota los cincuentones desanimados y los jubilacionistas militantes). En el libro, Mayr (p.30) nos recuerda algunos de los aspectos en los que difiere la biología de las ciencias físicas. Comenta que, en tiempos de Galileo, la mecánica (incluida la astronomía) era la ciencia dominante, con las matemáticas como eje. Y que, por ello, la física, con su fundamento matemático, se convirtió en el modelo de todos los grandes de la revolución científica (Newton, Descartes…). Y esos planteamientos, alimentados por el mecanicismo cartesiano, han servido de base filosófica al quehacer científico de muchas disciplinas. Pero no de todas y, desde luego, no de "toda" la biología, en especial a partir del siglo XIX con la revolución darviniana.

Según Mayr (p. 40), la biología podría dividirse en funcional e histórica (o evolutiva). La primera trata del funcionamiento de los sistemas biológicos, incluidos los procesos celulares y el genoma. Muchos de estos procesos podrían explicarse de forma casi mecánica a través de principios compartidos con la química y la física. Sin embargo, los seres vivos tienen una historia que los entrelaza en el tiempo y que ha determinado su actual diversidad de formas y funciones, su distribución e interacciones. Por lo tanto, es difícil aproximarse a su estudio sin atender a la dimensión histórica de los procesos biológicos. Esta es la biología evolutiva que se inició con Darwin y ha ido madurando y progresando hasta nuestros días.

Es obvio que ambas visiones de la biología, que encarnan nuestra coloquial separación en bata y bota, están adaptadas al estudio de diferentes niveles de organización de la materia viva. La biología funcional se ajusta bien al estudio de muchos aspectos infra-organísmicos, mientras que la evolutiva sirve para abordar el estudio de las poblaciones y comunidades con sus interacciones ecológicas y evolutivas. Además, arrastran tras de sí otras notables diferencias. Hay, por ejemplo, diferencias en los métodos de experimentación. La biología funcional está dominada por la manipulación en condiciones de laboratorio (de hay viene la bata…), donde pueden repetirse a voluntad y relativa rapidez los procesos en estudio. Pero como no se pueden replicar los procesos históricos que han configurado la biodiversidad actual, la biología evolutiva plantea sus hipótesis bajo la forma de narrativas histórica y usa el método comparado o la investigación de campo (de ahí viene la bota…) para testar sus predicciones. Ambas aproximaciones difieren también en los temas de estudio y en la aplicación de sus conocimientos: mientras en biología funcional priman los aspectos biosanitarios y biotecnológicos, con sus evidentes implicaciones en el mundo de la salud y de la industria, la evolutiva estudia el origen y mantenimiento de la biodiversidad, entendida como el conjunto de manifestaciones de la vida y de los procesos ecológicos y evolutivos que la mantienen. Sus aplicaciones más evidentes se encaminan hacia la conservación de la naturaleza. Ya sé que muchos pensaréis que hay situaciones intermedias que escapan a una clasificación que simplifica una realidad bastante más compleja. Es más, todos sabemos que las interacciones entre ambas aproximaciones son un auténtico banco de sinergias constructivas por las que discurre una parte de la biología moderna.

Así que, pese a su indudable y creciente conexión conceptual y metodológica, parece razonable admitir una cierta dualidad originaria entre los dos campos que han configurado la moderna biología.

El futuro que viene

Con el tiempo he comprendido que mi descoloque juvenil ante la clasificación de los biólogos en bata y bota respondía a razones de cierto calado. Y que, sencillamente, aquellos compañeros que me abrumaban con su particular visión de la biología atendían a una escuela diferente a la que yo había elegido. En realidad, habíamos coincidido en la biología transitando por caminos separados aunque nos uniese la común devoción por el estudio científico de la vida. Además, es probable que la pronta especialización en Botánica, Zoología y Fundamental contribuyese a ahondar aún más una desconexión conceptual y metodológica que podría haberse evitado y que yo, zoólogo vocacional, creo haber pagado caro en lo profesional.

Quisiera pensar, sin embargo, que esa compartimentación ha quedado superada y que hoy todos valoramos y conocemos la utilidad de las diferentes aproximaciones a la biología. Pero, en realidad, soy escéptico. Supongo, sin embargo, que esto está razonablemente superado por nuestros actuales alumnos que, antes de especializarse, cursan tres años comunes. Además, desarrollan en cuarto una docencia bi-direccional (en las famosas troncales) cuyo objetivo explícito fue, cuando se diseñó el plan 1998-2000, acabar con el desconocimiento mutuo entre la bata y de la bota. Pero, si atendemos a la distribución por edades del profesorado de nuestra facultad (edad media de 53-54 años), es obvio que no es esa joven generación la que decidirá las líneas maestras del nuevo plan. Son todavía demasiado jóvenes. Por eso, no está de más que volvamos a refrescar nuestra voluntad integradora, nuestro común interés por no compartimentar la formación biológica impartida en nuestra Facultad.

Hay quien dice que vivimos en un contexto científico en el que triunfa la corroboración del conocimiento previo frente a la búsqueda de novedades porque es poco rentable enfrentarse a lo establecido. Y estas inercias se aplican, obviamente, a la renovación de los planes de estudio universitarios, muy especialmente a las carreras científicas. Por eso, creo que debiéramos reflexionar sobre el interés por cambiar algunas cosas de nuestra oferta formativa. No solo en la metodología docente, ahora potenciada por la red y otras nuevas tecnologías, sino el meollo conceptual e instrumental de nuestras propuestas. Debemos aspirar a un plan donde el nivel formativo de nuestros alumnos sea algo más que la suma de unas piezas impartidas desde nuestras particulares visiones la biología. No propongo la falta de especialización ni mucho menos, sino una búsqueda activa de la necesaria conexión entre las diversas aproximaciones al estudio de la vida.

En la celebración de nuestra 50 promoción de alumnos de Biología, tras cinco décadas de progreso absoluto y relativo, espero que me perdonéis haber caído en el topicazo de reflexionar sobre quienes somos y de donde venimos para especular sobre el futuro. ¡Feliz 50 aniversario!